Don Julio Chiroque Nizama nos cuenta que un día de primavera del año 1955 don Augusto abordó el carro del señor Manyari para dirigirse al pozo Boró donde cuidaba don Quintín Quevedo. Después de permanecer toda la noche, como era su costumbre, muy temprano regresó a su casa, el cansancio hizo que se sintiera muy agotado y aquella mañana no salió a trabajar a la fábrica. La señora Feliciana que era empleada de la casa del señor Augusto de la Piedra, sin pensar que su patrón se había quedado en casa, se dirigió a su cuarto para dejarle su ropa planchada, abrió la puerta y… en el acto se quedó inmóvil, su patrón estaba semidesnudo y de espalda, de inmediato esta sorpresa se convirtió en un terrible momento de pánico cuando se fijó bien en su espalda. La imagen de una gran cola estaba tatuada y salía desde su trasero llegando hasta su cuello en donde se enroscaba en la punta. Feliciana casi pega un gran grito, pero no tuvo la fuerza y sin decir nada, casi sin aliento retrocedió y salió del cuarto, ya afuera corrió a tomar un poco de agua y aún sin creer lo que sus ojos habían visto. Tan grande fue el susto que desde ese día no volvió más a trabajar en la casa de su patrón. Nos cuenta don Julio que la señora Feliciana le contaba que cada vez que por casualidad a lo lejos veía a don Augusto, su cuerpo se estremecía de miedo.
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