Don Guadalupe Villegas Aquino nos cuenta que por el año 1950 aparecieron unas cajas de madera musicales a batería llamadas “picá”, estas eran las que amenizaban las fiestas por aquella época. En cierta ocasión, su amigo Pedro celebraba un bautizo en una casa de campo cerca a Saltur, y después de jaranearse toda la noche los invitados se retiraron a sus casas. Así que el dueño de la casa apagó su picá y sus linternas y todos se fueron a acostarse. A los pocos minutos de haberse dormido lo despertó la música de su picá. El pensó que su hijo se había despertado a atender a algún invitado que quería seguir celebrando, así que se levantó a ver quien era, y se dio con un gran susto. En medio de la sala se encontraba el diablo, que con una mano al pecho y la otra en alto se daba mil de vueltas bailando y saltando por toda la sala, su cola la meneaba y la hacía llegar hasta sus cuernos. Al asustado dueño de casa de pronto le pareció gracioso, así que mejor se escondió por que temía que el diablo lo viera y lo sacara a bailar. Quiso llamar a su familia para que vea el espectáculo, pero mejor decidió recoger los orines y heces de su bacín y corrió a tirárselos al danzarín. Este ágil bailarín en un santiamén de un salto huyó del lugar no sin antes cargar con todo pica y así desapareció entre los montes al ritmo de “La cocaleca”.
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