Nos cuenta don Nicolás Siesquén Másquez, jubilado pomalqueño que llegó en el año 1936 a trabajar a la hacienda, que aún adolescente él, tuvo la oportunidad de conocer y conversar con el último esclavo sobreviviente de Pomalca llamado Leandro Távara. Anciano ya, él se había retirado a vivir en una huerta a los alrededores del tambo Inca de Ventarrón. Este solitario y robusto negro, con gran vergüenza y coraje mostraba las marcas que su amo Ibáñez, dueño de la hacienda San Juan de la Punta, le marcó con fierro caliente en su espalda con su sello, al igual que hacía con sus bestias para dar a conocer que este era de su propiedad. El conversaba que había sido vendido en Nazca a los hacendados Ibáñez , pero el mal trato lo había obligado a huir hacia Pátapo, luego a Tumán y finalmente llegó a Pomalca donde trabajó en estado de libertad para los hacendados Gutiérrez y luego ya anciano para los hacendados De La Piedra. Este gran hombre, como lo define don Nicolás, era de noble carácter, muy amable y bondadoso, por ello cuando los cortadores de caña a palaneros estaban trabajando cerca de su huerta, acudían a visitarlo para prepararle y compartir el almuerzo, mientras el les contaba la historia de su vida, después del almuerzo, en agradecimiento les regalaba los frutos de su huerta. Leandro no dejó herederos y a su muerte, el huerto del Tambo de Ventarrón pasó al cuidado del señor Sebastián Zeña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario